miércoles, 19 de noviembre de 2014

Las tierras de Batiste

Aquello eran tierras: siempre verdes, con las entrañas incansables, engendrando una cosecha tras otra; circulando el agua roja a todas horas como vivificante sangre por las innumerables acequias y regadoras que surcaban su superficcie como complicada red de venas y arterias; fecundas hasta alimentar familias enteras con cuadros que, por lo pequeños, parecían pañuelos de follaje. Los campos secos de allá de Sagunto recordábalos como un infierno de sed, del que afortunadamente se había librado.
Ahora sí que estaba en buen camino. ¡A trabajar! Los campos estaban perdidos; habia allí mucho que rascar; pero ¡cuando se tiene buena voluntad!... Y desperezándose, aquel hombretón recio, musculoso, de espaldas de gigante, redonda cabeza trasquilada y rostro bondadoso sosteniendo por grueso cuello de fraile, extendía sus poderosos brazos, habituados a levantar en vilo los sacos de harina y los pesados pellejos de la carretería.
Tan preocupado estaba de sus tierras, que apenas si se fijó en la curiosidad de los vecinos.

BÁÑEZ, Blasco (1898): La barraca. Alianza Editorial, Biblioteca Blasco Ibáñez: Madrid. Paginas 48-49.

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