Foto de El cabanyal valenciano en 1900. |
Chirriaban las puertas al abrirse, veíanse bajo los emparrados figuras blancas se desperezaban con las manos tras el cogote mirando el iluminado horizonte; quedaban de par en par los establos, vomitando hacia la ciudad las vacas de leche, los rebaños de cabras, los caballejos de los estercoleros; tras las cortinas de árboles enanos que cubrían los caminos vibraban cencerros y campanillas, y entre el alegre cascabeleo sonaba el enérgico <<¡arre, aca!>> animando a las bestias reacias.
En las puertas de las barracas saludábanse los que iban hacia la ciudad y los que se quedaban a trabajar los campos.
-¡Bòn día mos done Deu!
-¡Bòn día!
Y tras este saludo, cambiando con toda la gravedad de gente campesina que lleva sus venas sangre moruna y sólo puede hablar de Dios con gente solemne, se hacía el silencio si el que pasaba era un desconocido, y si era íntimo, se le encargaba la compra en Valencia de pequeños objetos para mujer o para casa.
Ya era de día completamente.
El espacio de había limpiado de las tenues neblinas, transpiración nocturna de los húmedos campos y las rumorosas acequias; iba a salir el sol; en los rojizos surcos saltaban las alondras con la alegría de vivir un día más, y los traviesos gorriones, posándose en las ventanas todavía cerradas, picoteaban las maderas, diciendo a los de adentro con su chillido de vagabundos acostumbrados a vivir de gorra: <<¡Arriba, perezosos! ¡A trabajar la tierra, para que comamos nosotros!...>>.
IBÁÑEZ, Blasco (1898): La barraca. Alianza Editorial, Biblioteca Blasco Ibáñez: Madrid. Paginas 8-9.
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